Quietud de medianoche
En Nochebuena, siempre llega un momento en el que finalmente todo se vuelve quietud. Después de que se terminan todos los preparativos y las decoraciones, los ensayos adicionales del coro y las presentaciones navideñas, las compras y las fiestas de Navidad, desciende la paz.
Para mí ese momento siempre llegaba después del culto de velas de las once de la noche. Después de que la congregación se iba a casa, de que yo apagaba las luces y trancaba las puertas, mis hijas y yo conducíamos por las calles oscuras y tranquilas rumbo a casa, y era entonces cuando yo me quedaba en silencio. Ya en casa y después de que mi esposo y mis hijos se acostaban, yo podía seguir en esa quietud de Nochebuena y reflexionar sobre el misterio del Adviento y la Navidad.
El Adviento, temporada de expectativa. Dios está planeando algo. Se nos insta a observar y esperar. “Sion, portadora de buenas noticias, ¡súbete a una montaña alta! Jerusalén, portadora de buenas noticias, ¡alza con fuerza tu voz! Álzala, no temas; di a las ciudades de Judá: ‘¡Aquí está su Dios!'” (Isaías 40:9). “A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ahí viene el novio! ¡Salgan a recibirlo!'” (Mateo 25:6).
Hay calendarios de Adviento, en los que con cada ventana que se abre nos acercamos más la Navidad. Las coronas de Adviento iluminan el camino. En Cleveland, a finales de los años 50 y principios de los 60, todos los niños se iban rápido de la escuela a su casa para ver al Sr. Jingeling en la televisión. (Créanme, todos los oriundos de Cleveland de cierta edad se saben la canción del Sr. Jingeling.)
El Adviento es nuestra temporada, y está colmada de anhelos —de paz, de un mundo justo, de relaciones restauradas, de Dios. Las lecciones de Adviento del profeta Isaías están llenas del dolor del exilio y de la persistente esperanza de que Dios todavía se preocupa por su pueblo y lo llevará de regreso a Israel. Cantamos: “Ven, esperado desde hace tanto tiempo, Jesús, nacido para liberar a tu pueblo; de nuestros miedos y pecados líbranos; hallemos nuestro descanso en ti” (Evangelical Lutheran Worship, 254).
Y viene Jesús, a nuestro mundo y a nuestras vidas. Por un tiempo breve irrumpen la generosidad y la buena voluntad. Les deseamos “Feliz Navidad” a desconocidos, e incluso practicamos un poco de paciencia en el tráfico y con los parientes. La vida está llena de posibilidades.
Medito en todas estas cosas en la quietud de la medianoche en Nochebuena. Pienso en el milagro de la encarnación —que Dios es siempre fiel; que Dios no está lejos, sino que es Emmanuel, Dios con nosotros; que en Jesús el Divino dejó a un lado toda gloria para asumir nuestra naturaleza y ser verdaderamente glorificado en la cruz. Un bebé indefenso en un pesebre de madera, un hombre quebrantado en una cruz— estos son los regalos de la Navidad.
El villancico declara que el anuncio de los ángeles a los pastores “llegó al claro de medianoche” (ELW, 282). Toda la creación se convirtió en la tierra del Hijo de la medianoche. La buena tierra y todas sus criaturas, el sol y la luna y las estrellas y planetas orbitan en armonía alrededor de este centro de amor.
En la quietud, recuerdo otra medianoche —la Vigilia Pascual. Es la primera celebración de la resurrección. En la vigilia se cantan estas palabras del Exsultet (pregón pascual): “Esta es la noche en que Cristo, la Vida, resucitó de entre los muertos. El sello de la tumba se rompe, y la mañana de una nueva creación emerge de la noche”. Todas las expectativas y anhelos de Adviento son cumplidos y sobrepasados. La paz efímera y la esperanza que podemos sentir en Navidad toman sustancia y permanencia. La promesa de Dios se ha cumplido.
Al niño Cristo le queda mucho por hacer antes de que la obra en la tierra sea terminada. Jesús llegará a la edad adulta. Enseñará, alimentará, y sanará. Jesús sufrirá la traición de sus amigos y morirá para que nosotros podamos vivir. Medito en esto en Nochebuena y oro así: “Descansa ahora, amado Hijo de la medianoche”.