Tiempos inciertos
Entre 1527 y 1529, Martín Lutero escribió y compuso su famoso himno “Castillo fuerte es nuestro Dios”. Basó el texto de este himno en el Salmo 46: “Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en tiempos de angustia” (versículo 1).
Lutero sabía lo que eran los problemas. La iglesia lo había excomulgado y el emperador lo había declarado “fugitivo buscado”. La peste bubónica había regresado a Wittenberg, Alemania. Su hija Elizabeth, de 7 meses, había muerto, y el Imperio Otomano estaba atacando a Europa occidental. Los disturbios civiles dieron lugar a la Guerra Campesina, que fue brutalmente aplastada por la nobleza.
Lutero vivió en tiempos inciertos.
Es poco probable que en 1527 Lutero haya podido visualizar con certeza el resultado de su obra. La Reforma no fue una gloriosa marcha de progreso ininterrumpido, sino que fue problemática. Los “reformistas” discutían unos con otros. La Reforma fue violenta, y tuvo su dosis de retórica divisiva y llena de odio. Todos los bandos impusieron anatemas unos contra otros. Incluso, al final de su vida, Lutero se preguntó si había tenido razón, si había sido fiel a la palabra.
Si para Lutero y otros no era evidente lo que estaba sucediendo, sí era claro que algo estaba sucediendo. El mundo estaba cambiando. La agitación política y religiosa no estaba ocurriendo en el vacío. Era una época de nueva tecnología —la imprenta— y descubrimiento científico— Copérnico sacaba a la Tierra del centro del sistema solar (esto no impresionó a Lutero). ¿Qué nuevo mundo estaba surgiendo? ¿Qué cosa nueva estaba Dios creando? ¿Cómo estaba el Espíritu llamando y moldeando a la iglesia para que fuera un testigo claro?
Quinientos años después nos encontramos en tiempos inciertos; nos encontramos en medio de una pandemia. Nos hemos estado refugiando en nuestros lugares durante meses. Miles acaban de despertar a la desigualdad racial en nuestra sociedad y marchan para que haya un cambio. La educación ha sido interrumpida. La adoración ha tomado nuevas formas. Nuestros hogares se han convertido en nuestras oficinas y nuestros salones de clase. El mundo está cambiando y la rapidez de los cambios que han sucedido en los últimos meses es sin precedentes.
El nuestro es también un tiempo de nueva tecnología y descubrimiento científico. Estamos alambrados y enchufados. La comunicación es instantánea. Nuestros teléfonos celulares se pueden utilizar para mantenernos conectados e informados. También se pueden utilizar para dividir y engañar.
Algo nuevo está surgiendo. El mundo está cambiando. No podremos volver al mundo de los días previos al COVID. El cambio trae pérdida. La pérdida trae dolor. Sí, creemos en la Resurrección, que Dios produce vida de la muerte, algo nuevo de lo viejo. Pero puede ser doloroso, especialmente cuando estamos en medio de ello y no podemos ver claramente cuál será el resultado final.
El Salmo 46 captura la agitación de la época de Lutero y de la nuestra: “Se agitan las naciones, se tambalean los reinos” (6). Describe una tierra cambiante, montes que retimblan y aguas que rugen.
Pero el Salmo 46 también es un canto de fe —la de Dios y la nuestra. Dios es fiel a sus promesas y a su pueblo. Dios es un castillo fuerte que pelea a nuestro lado con las armas del Espíritu. Lutero termina el himno declarando: “Nos pueden despojar de bienes, nombre, hogar, el cuerpo destruir, mas siempre ha de existir de Dios el reino eterno. Amén”.
Creo que estamos al borde de esta cosa nueva que Dios está provocando. No necesitamos ver cómo se desarrollará todo. Sólo necesitamos estar listos y dispuestos a responder a la llamada de Dios y a ser moldeados por el Espíritu. Seguros en Dios, que es nuestro refugio y nuestra fuerza, podemos ser audaces en nuestro testimonio. Dios está activando a cada uno de nosotros para invitar a más personas al camino de Jesús —el camino de la gracia y la misericordia, el camino de la justicia y de la paz, el camino de la vida.